No recordaba la primera vez que le dijeron que no.
Ni la última. Una vez estuvo a punto pero al final su inseguridad – luego
diría que fue su sensatez – le jugó una mala pasada y se retuvo poco antes de
actuar. Nada más cruel que el fracaso que se presenta disfrazado de
oportunidad, se decía abatido intentando no pensar en lo que pudo ser. Un día
decidió que la mejor manera zanjar la cuestión era demostrarse a sí mismo que
la decepción era inminente pero no vio el camión que venía por la izquierda.
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