jueves

Nunca digas...

Su madre se irguió como pudo en la cama toda blanca del hospital. Cogió el vaso que su hijo le  ofrecía y bebió de él. “Pruébalo”, le dijo, “no sabe tan mal”, él lo rechazo con una mueca y lo devolvió a la mesa de donde lo había agarrado. Ella le tomó una mano entre las suyas y la acarició como si con esa leve fricción amasara las palabras que se disponía a pronunciar. “Hijo mío”, empezó, “hace muchos años, cuando llegué a este país…” Él sabía que el tiempo se agotaba y que, en adelante, todo lo que ella dijera podría marcar su vida para siempre. Escuchó atento el principio de una historia conocida, relatada una y otra vez en fragmentos que más por costumbre que por lógica encajaban en una biografía familiar. “… me sentía sola y sin fuerzas para seguir…” Ella nunca se había quejado de nada, hasta el punto que su estoicismo en lugar de aumentar parecía quitarle el mérito a sus muchos logros. “… el padre Francisco fue el único que me dio una mano…” Una fuerte tos la interrumpió. Con un gesto le pidió a su hijo que le alcanzara un pañuelo pero la caja se había caído detrás de la cama. Él introdujo el brazo por entre la reja de la cabecera para sacarla pero ésta se atascó entre los barrotes. “No Cabe”, dijo él pero la tos no permitió que ella lo escuchara. Intentó en vano mover un poco la cama, temiendo que algo se desconectara; dio vueltas a la caja pero parecía imposible que se hubiera caído por ese hueco en primer lugar. “Así”, dijo la madre cuando la tos le hubo dado tregua y con experta pericia sacó la caja y de ella un par de pañuelos entre los que escupió una flema marrón que se apresuró a ocultar.  “… Fui una tonta, quizá, pero confié…” Entre la tos y los pañuelos, él ya había perdido el hilo del relato. Su  madre volvió a tomarle la mano  “… Yo sabía que él tenía una misión más importante ante Dios y que no podría ocuparse de nosotros. Pero con tu llegada ya no necesité de nadie más para salir adelante…” Como si su tacto lo quemara, él soltó la mano de su madre, quien lo miraba con una mezcla de alivio y expectativa, tomó el vaso con el suero y se lo bebió todo de un solo trago.  

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