jueves

Insomnio I

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En la esquina de su casa se encontró de frente con un policía. “Deténgase”, escuchó que le decía. Clavó su mirada en el lugar donde deberían estar los ojos detrás de la visera, sobre la cual la oscuridad de la noche imprimía el reflejo de luces azules y rojas que desfilaban calle abajo, seguidas del grito lastimero de las sirenas. Sin decir palabra, el hombre retomó la marcha. Un llamado casi ininteligible por la radio detuvo el movimiento de la mano enguantada que se aprestaba a agarrarlo por el brazo.  El hombre cruzó la calle, dejando atrás el ruido de las cacerolas y los gritos de protesta entre los que se mezclaban alaridos de súplica o de injuria. El primer golpe lo mandó de bruces al suelo, los demás fueron cayendo como las primeras gotas de un aguacero de verano. “Llevo días sin dormir”, fue lo único que atinó a decir a los paramédicos que casi una hora más tarde vinieron a socorrerlo. De vez en cuando se despertaba por los dolores en la nuca y en la espalda, pero en el hospital se estaba bien y pudo dormir tranquilo.

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