Para
Isabella Blanc Gallegos
Cuando la vio acercarse las manos le sudaban, tenía dificultad para
pasar saliva, las lágrimas se le acumulaban en los bordes de los párpados. Le
extendió los brazos, aún sabiendo que ella no podría reconocerlo. “Soy yo, mi
vida, soy yo”, le dijo. La ciñó contra su pecho, todavía un poco tímido pero firme,
como diciéndole “confía en mí, chiquita, que mi vida depende ahora tanto de la
tuya como la tuya de la mía”. La enfermera no pudo más que contemplar la escena
como si fuera la primera vez. Pasó una mano congratulatoria sobre el brazo
derecho del padre, luego dio media vuelta y salió de nuevo al pasillo. “Tienen
toda una vida para conocerse”, pensó.


No hay comentarios.:
Publicar un comentario