Despertó
con un grito ahogado. Una transeúnte lo ayudó a sentarse, sosteniéndolo con una
mano sobre la espalda. Sus ojos parecían mirar algo que ya no estaba allí, su
quijada temblorosa anunciaba una palabra imposible. Poco a poco más gente se
fue reuniendo en torno a él, haciendo preguntas, ofreciendo hipótesis,
compartiendo impresiones. Nadie lo conocía. No se sabía su nombre. “Viene del
sur”, dijo alguien y su declaración fue desatendida por ser demasiado obvia. A
los pocos minutos un policía atravesó el corrillo de curiosos ofreciendo su
ayuda. Al ver la mano enguantada, los ojos del hombre se blanquearon y con un
largo chillido volvió a caer desmayado.


No hay comentarios.:
Publicar un comentario