–¿Estás
seguro de que era el mismo?, preguntó Aleida con la mirada puesta en las luces
de la ciudad al otro lado del río.
– Que
sí, mujer. Yo lo vi con esos mismos ojos que se han de comer los gusanos –,
respondió Ramón, todavía ansioso por la levedad de su reciente situación.
– En
ese caso, ya somos tres – intervino Nacho –. Tendremos que ser más elocuentes.
Si seguimos azotando puertas y rompiendo tazas nadie se va a enterar de quién
es el asesino.
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