Tan
aburrida e insignificante era su existencia que un día quiso hacer algo
realmente grande para salir del anonimato. Era tan anodino hasta en su
apariencia que nunca lo habían detenido en la aduana, así que imaginó que sería
una buena idea transportar cargamentos clandestinos de un lado al otro de la
frontera, primero a pie, luego en bicicleta; más tarde se compraría un auto y
pronto tendría una flotilla de camiones con doble fondo.
El negocio
sería tan bueno que al poco tiempo habría aniquilado o absorbido a la
competencia; sería el traficante más importante del que jamás se haya tenido
noticia en la región. Sin embargo, nadie conocería su nombre ni mucho menos su
cara. Cuando llegara el momento, empezaría a dar indicios a las autoridades
para su captura: una libreta de direcciones, mapas con algunas de sus rutas de
distribución, cintas con grabaciones de sus conversaciones telefónicas, un
ordenador con toda su correspondencia electrónica, incluso pagaría una fortuna a
una conocida modelo para que declarara que era su amante y testaferro. Poco a
poco el imperio que habría construido se iría derrumbando pero su nombre
ocuparía los titulares de los periódicos más importantes del país y del mundo.
Sus
agentes infiltrados en la policía le anunciarían el día y la hora del operativo
que debería acabar en su arresto. Lo tendría todo preparado: su guardia
personal debería oponer resistencia mas no mucha para evitar bajas, en su
mansión encontrarían suficiente evidencia para procesarlo ante un gran tribunal
en Estados Unidos y en su caja fuerte, que dejaría abierta por si acaso,
encontrarían sus memorias con los detalles de su vida de crimen y excesos. El
día marcado para poner en marcha su plan se topó en la calle con un cartel que
invitaba a una misa de réquiem por el aniversario de su propio deceso. A la luz
de esta revelación no tuvo más remedio que regresar a casa y comenzar de nuevo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario