miércoles

Justicia

“¡Deténgase, rufián!”, se escuchó por debajo del ruido de las sirenas. El ladrón descargó el botín en el suelo y, compungido, se dejó caer de rodillas. El policía le puso una mano en el hombro y lo ayudó a levantarse. “Está bien, hombre, todos cometemos errores”, le dijo y con un gesto se aseguró de que las esposas no le apretaran demasiado.
Una joven que pasaba por allí se detuvo junto a ellos para averiguar lo que ocurría.
-    El agente aquí presente me detuvo justo a tiempo cuando estaba robando un banco.
-    ¡Qué suerte! – dijo la joven – ¿Estás arrepentido?
-    Sí, mucho, pero doy gracias porque no logré consumar el acto.
Conmovida, la joven tomó el rostro del ladronzuelo entre sus manos y lo besó tiernamente en los labios; acto seguido, retrocedió lo suficiente para que la sangre no manchara su pantalón blanco.

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