Estuvo
golpeando el portón de entrada toda la noche. Al principio los presos se reían
y lo insultaban desde las ventanas enrejadas que daban a la calle. Con el paso
de las horas empezaron a quejarse del ruido y a suplicar a los guardias que
hicieran algo para que ese loco allá afuera los dejara dormir. La policía llegó
en la madrugada pero no supieron a dónde más llevarlo. Temían que si lo
encerraban en el cuartel no podrían después sacarlo de allí. Su condena había
sido de 25 años, pero todo llega a su final.
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