Sentado en
el borde de la acera ocultó la cabeza entre las rodillas y se rascó la nuca con
ambas manos.
Sólo había
cerrado los ojos por un instante para pensar en ella; sin embargo, el calor de
ese cuerpo imaginado fue más real que el cigarrillo que le quemaba los labios.
En su sueño la había seguido hasta la puerta del apartamento y luego abajo por
las escaleras. Al llegar al portal había intentado besarla pero su piel
sudorosa se le resbalaba entre las manos. El ruido de las sirenas lo encontró
parado frente al edificio ardiente, solo, con una mueca suplicante y una
erección que se burlaba de las llamas. El fuego lo consumió todo en pocos
minutos. Alzó la vista empantanada al cielo, encendió otro cigarrillo y se
prometió a sí mismo, solemnemente, nunca más volver a fumar en la cama.
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